A tu muerte
salieron de sus escondrijos
los corazones que te amaron,
las luciérnagas discretas
que alumbraron tus sueños,
los deseos que un día se agostaron,
y tus secretos, guardados en el cielo…
y volvieron las voces de tus risas,
todas las sonrisas de tu boca,
las lágrimas que se escaparon sin tu bendición…
y reaparecieron las miradas perdidas,
el tiempo perdido,
las ocasiones perdidas,
las pisadas perdidas en caminos sin rumbo…
y lloramos, sin recato,
quienes te conocieron,
aquellos que soñaron contigo,
tus ojos ya apagados,
y yo.
Francisco de Sales