Pensar en ti es un desatino continuo,
porque no sé cómo añorarte,
si con nostalgia,
por lo irreparable,
o con ilusión,
por si volvieras.
No sé si llamar en tu corazón
con mi vocación de enamorado,
si llamar con ilusión,
si llamar con susurros atronadores,
con gritos íntimos,
con latidos alterados,
o con la promesa de mi amor.
No sé si presentarme
con mis sentimientos abiertos,
el corazón por bandera,
el pasado ya cicatrizado,
y el futuro como música.
O si he de ir a tu encuentro
desarrapado y triste,
o muerto,
que es como me encuentro.
No sé si condenarme a un lamento infinito,
cercenar mis emociones,
y convertir en piedra los latidos
que se alteran con tu recuerdo.
No sé si podré derribar el muro
tras el que me escondí asustado;
no sé si sabré amarte sin morir de miedo;
no sé dónde tengo la valentía,
la fuerza indestructible,
la seguridad incuestionable
y el espíritu guerrero
que me lleven a tu puerta,
ante tus ojos y tus oídos,
y me resuciten de este invierno,
de este caos trapacero…
Hasta aquí, esto es o quiere ser una poesía, pero ahora seguiré yo, el que escribe, para decir que…
quiero que me saquen de este caparazón
del que no se atreve a salir el escritor
que se esconde en un personaje,
y le presta sus sentimientos,
para que naufrague en el papel,
mientras que yo, el humano,
obstinado cobarde,
salgo indemne,
pero con el corazón muerto.
Francisco de Sales