Caldo de cultivo

La tarde lluviosa y mi estado triste

se aliaron para traerte a mi memoria.

Te rescataron del mundo de los olvidos

al que el tiempo y yo te habíamos condenado.

Fuiste apareciendo poco a poco:

primero, tu nombre;

después, el vínculo que nos mantuvo atados;

más tarde,

la imagen de la cara seca que expresaba tu rabia;

por fin, entre los muchos dolores y sufrimientos,

colándose por un resquicio o atravesando el muro,

un gramo de aquel amor que hubo:

no sé qué hacía aún allí.

Con todos esos ingredientes se formó una pena

que me condujo, sin mi oposición, a llorar.

Y no supe qué hacer con mi llanto de hombre.

Quise esconderlo tras mis párpados cerrados,

pero encontraron una salida hasta el lagrimal;

quise ocultar la llorera detrás de mis manos,

como si fueran embalses conteniendo emociones,

pero se desbordaron por el rebosadero.

No tuve otra solución que salir a la calle

y mojarme entero,

para esconder mis lágrimas en la lluvia.

Francisco de Sales

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