Aún no he desmantelado
tus últimas palabras;
aún mantienen vivo el dolor,
la rabia envenenada,
la maldad en su intención,
la acusación en cada una de sus letras.
Se repiten dentro de mí
como un eco ponzoñoso
que me entra por los oídos
y se encamina hacia el alma.
Me duelen todavía.
Aún sangro.
Aún tiemblo.
Les negué el paso inútilmente,
porque acabaron entrando.
Me recorren entero.
El dolor es mi dueño.
Olvidarlas es mi campo de batalla.