Conozco cada uno de tus recovecos,
las grietas de tu piel,
el tacto exacto de la inevitable flaccidez
de tus generosas nalgas;
distinguiría tus pechos entre mil
y entre mil besos
sabría cuáles son los tuyos.
Son tantos agradables años,
tantos agradecidos disfrutados bendecidos años
a tu lado,
que te conozco y te reconocería
en la oscuridad más clandestina
por tu olor o incluso por tu ausente sombra.
Nos juramos amor para siempre
y vamos cumpliendo.
En eso andamos los últimos sesenta años.
Has pasado de jovencita sin estrenar
a abuela prolífica
en un tiempo que parece un momento.
Aún sigue intacto mi deseo de tus abrazos,
de amanecer cada día a tu lado,
coger tu mano ahora temblorosa,
juntar mis labios con los tuyos
-hemos cambiado cantidad por pasión-
y aún parece que te sonrojas
con el mismo rubor que a los quince años.
Cuánta vida compartida,
qué montaña rusa de emociones,
de noches entrelazados,
de amaneceres mirándonos a los ojos,
de notitas amorosas por toda la casa
y de algún que otro enfado.
Me alegro de haberte encontrado
y de que me acompañaras al altar
y al resto de mi vida.
Te amo.
(Este te amo tiembla en mi voz
pero no en mi corazón)