Viajo en un coche
desde ninguna hasta ninguna parte.
Es de madrugada.
Una locutora habla
-con una voz que suena desganada-
pero no la escucho.
Tampoco me molesta
y la dejo que siga hablando.
Unos pensamientos vacíos y sin palabras
tratan de distraerme.
Y lo consiguen.
No recuerdo nada de los últimos kilómetros.
Sólo sobrevive un poco de cordura
que me dices “tienes que parar”.
No le obedezco y por eso
en la siguiente curva me llevo un susto.
Sigo. Sé que es una mala idea, pero sigo.
La locutora desganada acaba con las noticias.
Nada nuevo.
La vida sigue, pienso.
Me da igual, contesto.
Sigue la noche. Insiste.
Hace un tiempo que parece que va a amanecer.
Pero no.
Llueve. No lo había dicho.
El movimiento cadencioso de los limpiaparabrisas
se me hace hipnótico.
Parece que me dice
“duerme… te pesan los párpados”.
En el hospital me han dicho que,
muy posiblemente,
me quedé dormido.
Un microsueño, han dicho.
Seguro que sí.
Tenía que haber parado y no lo hice.
¡Qué ironía!
Voy a estar parado los tres próximos meses.