Déjeme

Déjeme,

le dijo sin rabia,

pero él insistió en su pesadez.

Déjeme,

dijo con más convencimiento,

pero él volvió a acosarla.

Déjeme,

dijo por última vez,

pero él no quiso escucharla.

Entonces sucedió:

ella se hizo transparente a los ojos de él,

y siguió caminando calle abajo,

riéndose por dentro.

Llegó a la Iglesia,

subió a su pedestal

y volvió a convertirse en la figura

de la Virgen de la Luz.

Francisco de Sales

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