Revolcarse en el lodo del corazón,
insistir en el martirologio
pronunciando su nombre escrito en dos tintas:
sangre y veneno.
Reclavarse con más intensidad
las espinas y los puñales que ella le regaló.
Llorar monedas de Judas.
Levantar un Muro de las Lamentaciones
en el que instaurar un reinado perpetuo,
y arrancarse los ojos y el futuro.
Volver al instante ponzoñoso
en el que comenzó todo lo malo,
y anclarse allí para que el olvido
no se lo lleve todo.
Morir sesenta veces por minuto.
La vida desterrada
y el porvenir, indeseado:
la esperanza está prohibida.
Francisco de Sales