El amanecer se despertó un poco tarde.
Apareció deprisa, triste y mal encarado.
Los sueños le cansaron y le dolieron.
El amanecer recurrió a su sol de poeta,
a los cielos rojos, a las nubes rotas,
al horizonte pintado de ensueño,
y todas las pinturas de su maquillaje.
Pero cuando quiso disimular su llanto
(esas gotas que llovían sin nubes),
no le bastaron los trucos ni las mentiras,
ni la mueca de payaso.
Una pena profunda se instaló en el cielo
y contagió a los pájaros, al aire de volar,
al aire de respirar, al aire de barrer la calle,
al aire de tomar el aire.
No quedó nadie que no supiera su pena;
no hubo país, ni distancia, ni persona,
ni alma, ni árbol, que no lo supiera.
Todo el mundo enlutó de pena.
El amanecer se despertó un poco tarde. El día antes había
comprendido que siempre le huiría la noche, su amada,
por temor a su luz y por envidia de su belleza.
Francisco de Sales