Casi toda una vida

Corrí, como casi todos corrieron,

por calles empedradas.

Los coches aún eran extraños.

Reinaba el campo.

Me enamoré en pantalones cortos,

ella coletas doradas,

vestidito de cuadros rojos,

blusa de organza.

Un ramito de flores robadas,

una mano que tiembla más que mi voz,

y la declaración atropellada de unos sentimientos

que sentía

pero desconocía en palabras.

Corrí de mi corazón al suyo,

de mis temblores a su mirada.

El mundo era grande y desconocido.

Heridas en las rodillas,

y faltar un día al colegio

para explorar bajo sus faldas.

No sé si tenía siete años o diez,

la infancia dura tan sólo un minuto.

Te veía cada mañana cada tarde cada noche

en la calle en el colegio en los sueños.

Quizás me enamoré de ti

porque era eso lo que sentía.

Yo creía que el corazón a esas alturas sólo sabía de latir

y de llorar en el entierro de la abuela Paca.

Después crecieron tus pechos,

se alargaron tus piernas,

tu voz era otra música,

tus miradas, otras miradas.

Catorce años de mujer en flor,

labios inexplorados, ojos explosivos,

cancioncillas en tu boca,

y otra vez la pasión en las miradas.

Dieciséis años, te quiero,

no puedo acallar mis palabras,

necesito de ti no sé qué,

pero lo necesito.

Te necesito.

No quiero otra cosa que tú.

Dame la mano, camina a mi lado.

La vida es un largo camino para hacer acompañado.

Flores, inviernos, otros veranos,

hijos y más hijos.

Ya no te quiero:

ahora te amo.

El primer nieto: Gustavo.

Las primeras canas en el cabello,

y, de tanto reír, una patitas de gallo.

Casi toda una vida.

Nos queda poner el fin,

indeseado trago,

pero fin temporal y pasajero.

Por supuesto,

te estaré esperando al otro lado.

Francisco de Sales

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