Extraña:
tomas el sol a mi lado
-o el sol te toma a ti,
que es más poético-,
penetrando en tu piel
-que es más erótico-,
y calmando la angustia
con la que llegaste.
No sé quién eres y nunca lo sabré;
sólo nos une una coincidencia,
unos minutos,
o el tiempo que pasaremos estando cerca,
sin dejarnos huella,
tú en tu mundo,
yo en mis palabras,
en mis pensamientos inútiles
o las suposiciones erráticas o erradas;
me gusta tu piel
-te miro de reojo-,
imagino tu nombre
-Irene-,
tu profesión
-dependienta-,
y me quedaré sin la constancia
de que son suposiciones inciertas.
Duermes. Eso parece.
¿Cómo es tu habitación?,
¿sigue tal como la decoraron tus padres
cuando tenías trece años?,
¿la misma cama?,
¿una cama de niña?,
¿qué sueñas?,
¿qué es lo último que piensas antes de dormir?
Me gustaría hablar contigo.
Saber más de ti.
Conocerte.
Seríamos buenos amigos.
Pero duermes. Eso parece.
Y cuando despiertes
no podré hablar contigo
porque sólo me atrevo a hablar
con las palabras escritas
y no frente a frente,
cara a cara.
Así que mis preguntas
quedarán huérfanas de respuestas,
no Irene,
no dependienta,
sólo una distracción para mi imaginación,
sólo una tentación para mi fantasía,
sólo una presencia quieta a mi lado.
Agradable.
Tranquila.
Te despiertas.
Miras lo que hago.
Cierro el cuaderno y te sonrío.