Me gustaría poder seguir en esa edad
en la que uno no piensa que algún día será mayor.
Añoro la falta de responsabilidades,
cuando jugar era mi única ocupación,
cuando tenía toda la vida por delante
en un futuro rebosante de días.
Echo en falta a aquella joven que era mi madre,
la ternura de mi abuela,
la ilusión y la inocencia del 6 de enero,
y la delicia de perder –que es ganar-
el tiempo jugando.
Me faltan las pequeñas aventuras
-que entonces eran grandes-,
las cosas que me emocionaban,
la sorpresa de las novedades,
aquellas tardes que eran tan ricas y tan largas,
los bocadillos irrepetibles,
las lágrimas tan sentidas,
las risas tan explosivas.
Es una lástima
que la infancia sea en la infancia,
cuando uno aún no sabe vivir
y no sabe lo que será la vida.