Escribo con la pluma desafinada,
con una inspiración bastante deficiente,
creyendo ser el supuesto poeta
que evidentemente no soy.
Soy, he de reconocerlo,
un presuntuoso rebuscador en el diccionario,
un malabarista de los sinónimos,
un tramposo con los adjetivos.
Y nada más.
Los laureles de la grandeza
yo los echo al cocido.
El brillo me está prohibido.
La gloria me es negada.
El Cielo del éxito es para otros.
Este pobre juntaletras
no pasará de la ignorancia.
Y de ser ignorado.
Los Dioses de la Inspiración
reniegan de mí.