Necesito olvidarte

Desde hace mucho tiempo busco algo que olvidar y no lo encuentro.

        Quizás, pero sólo quizás, es que ya lo conseguí. 

        Lo que busco creo que tiene que ver con robar un olvido y traerlo al presente, recuperarlo del rincón perdido donde instaló su nido, acunarlo con amor reciente, sufrirlo si lo merece, arañarlo o añorarlo, cuidarlo y lavarlo, quererlo con pasión de tía primeriza, inundarlo con mimos hechos con la paciencia que me ha prestado el tiempo, y declararle mi amor de abuela dulce.

        Busco, desde hace tiempo, aunque no sé donde lo escondí, ese algo que podría traer luz a mi alma de vieja a punto de terminar: un resplandor de algo que alguna vez fue, un peso ya vencido que entonces me clavó al suelo y me regó de lágrimas, un mundo que entonces me cayó encima y me aplastó mucho, algo que desde la distancia me parezca más sereno, me convenza de que no tengo nada pendiente de resolver, y me permita emprender, con tranquila conciencia, el viaje de retornar al vientre de la tierra.

        Soy vieja.

        Lo dice mi cuerpo y lo confirman mis años.

        Empecé a ser yo, con este nombre y el inicio de este cuerpo, hace mucho tiempo. Desde entonces he consumido, o   mejor dicho, se han consumido muchas velas, muchas noches en vela, muchas mañanas, muchos esperar al mañana, muchas tardes, muchas veces llegar tarde.

        Al fin, una, en su inexperiencia en el vivir, con el oficio mal aprendido, iba dejando a la vida que se viviera sola en vez de salir a su búsqueda y captura, en vez de salir al encuentro con lo siguiente que se escondía de lo por venir.

Acumulé años pero no vivencias.

        Sólo por ver cómo dejaba que se escapara el tiempo, ahora sé que sí voy a encontrar algo que olvidar.

        Quizás, pero sólo quizás, debiera permitir al olvido que volviera a adueñarse de esa sensación que ya le pertenece. Quizás, pero sólo quizás, debiera seguir naufragando en ella para terminar de exprimir la experiencia y VIVIR.

        Escribo VIVIR porque se debería pronunciar también con mayúscula, ya que “lo otro” no es vivir.

        Me pesa, sobre todo, tanto no haber sido yo misma en cada momento.

        Me pesa, hasta aplastarme bajo su peso, que no me enseñaran a ser, a amar, a volar por el cielo, soñar con los dedos, cantar con el cuerpo o ser mudo para hablar en silencio, o ser ángel y no infierno… me molesta, me pesa, me enfada… reniego de tanto no haber estado más tiempo perdida en tu regazo, Emilio, de no haber naufragado más en la mar de tu cuerpo, de no haberte dado los mimos que nacían junto con cada segundo y no haber sido capaz de darte el sueño que tuve la mañana de mi nacimiento, de tanto no haber traído a tu vida la vida que llevaba escondida tras las represiones y los miedos… te debo tanto… te he dado tan poco… 

        Con este lamento escrito no voy a poder pagarte.

Si escribo es solamente para sacar este revoltijo que lleva tanto tiempo hurgándome en el alma, cobrándome con sufrimientos el precio de mi irresponsabilidad, y utilizo esta palabra porque si no utilizo esta palabra, tan generosa, comenzaría de nuevo la misma retahíla que se ha repetido como un disco rallado; repetiría por millonésima vez el mismo monólogo tiránico, el mismo discurso implacable, inaplacable, volvería a sentirme acorralada, sin escapatoria, a merced de la tiranía de mi propia injusticia.

Por eso trato de ser benevolente conmigo, porque ya he pasado por todos los estados, desde el más comprensivo hasta el más cruel, y porque verme de nuevo girando en la rueda infinita de los reproches no es lo mejor para mi mente tan cansada.

Además, aunque no lo quiera, en cualquier momento se me parará el motor del cuerpo, sin respeto y sin consulta previa, y emprenderé el camino inevitable a la descomposición de lo que he sido.

No voy a creer que nos encontraremos en el cielo, porque sé que eso es mentira, así que mejor si vamos concertando un encuentro en la nada o en el olvido, donde sin duda estarán nuestros nombres, escritos en pasado, y estarán durante una generación algunos recuerdos de algunas cosas que nos sucedieron. Nuestras fotos quizás resistan un poco más, por lo menos hasta que alguien las encuentre y piense que mejor quemarlas. O quizás acabemos en un cajón de una tienda de antigüedades esperando que un alma bohemia nos rescate para encerrarnos en un cuadro. Sí, quizás nuestras fotos acaben en una casa desconocida asistiendo sin querer al discurrir cotidiano de otras vidas.

He releído el párrafo que acabo de escribir y me parece una tontería, pero me cuesta más borrarlo que dejarlo, así que lo dejaré.

Prefiero volver al tono lastimero que da el arrepentimiento y el acento apesadumbrado que expresa el darse cuenta de lo mal que se hizo lo que se hizo mal.

Emilio, sabes que nunca has dejado una vacío en mi pensamiento ni en el corazón que hiciste rebosar mientras estuviste aquí; sabes que todos los amaneceres me han hablado de ti y todas las noches me han acompañado en respetuoso silencio mientras yo me paseaba a tu lado en la fantasía de mi deseo, y sabes que eres visitante perpetuo de mi recuerdo. Te rezo y te añoro a diario. Es casi una locura esta obsesión que no se rinde, pero ya sabes que no hago esfuerzos por deshacerme de su compañía, de tu compañía, y sabes que te busco hasta donde me alcanza la memoria, y sabes que peregrino por los paseos que recorrimos juntos, que busco tus huellas, que persigo tu aroma y trato de robárselo a tu ropa…

Sabes que la vida sin ti es menos vida, y que a pesar de darme cuenta de que no puedo ni debo condenarme a vivir en un perpetuo pasado, lo sigo haciendo.

Sabes que no puedo borrarte con la sola fuerza de mi débil voluntad, aunque sería lo mejor para que descansara mi desesperación, pero me conforta más cerrar los ojos y encontrarme contigo.

Sabes que eres el único tema de mis poesías y el único receptor de estas cartas sin destino; sabes que yo sin ti soy nada y que la mayoría de los días malvivo en la indigencia de alimentarme de tu evocación, pero aún no soy capaz de despegarme y desapegarme de tu invocación, y sabes que te llamo con cada respiración, con cada mirada, con cada aleteo de mis párpados al cerrarse…

Siempre te llamo y te añoro, Emilio.

Y así seguiré hasta el día en que la falta de aire y latidos no me permita seguir.

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