A veces me pregunto,
y aún no me respondo,
por qué gusta tanto eso de deslizarse por otra piel,
-la tuya con la mía, la mía contra la tuya-,
y pasear un dedo por el otro cuerpo
haciendo paradas intermitentes
en los sitios donde responden los gemidos,
donde aparece un leve suspiro,
donde uno quiere quedarse para siempre,
y por qué la calidez de la otra piel,
es tan de un atractivo irrefrenable
que uno comete locuras y torpezas
por estar rozándose con ella,
los dos desnudos,
piel con piel.
A veces me pregunto
-y no me importa si hay o no hay respuesta-
por qué gusta tanto recibir lo mismo.