Pronto se nos borraron las sonrisas,
se alejaron los buenos deseos,
la indiferencia se adueñó de nuestras miradas
y se congelaron ambos corazones.
Sustituimos los buenos días
por un gruñido educado
y el buenas noches amor
por un hasta mañana o un silencio
donde se notaban la desgana y la frustración
porque mañana sería igual que hoy y que ayer
y no había presagio de mejoría,
no se esperaba la visita de una reconciliación,
no existía la sorpresa de una mejoría.
Mañana la misma tristeza de hoy,
el mismo deambular,
evitando casi inútilmente
cruzarnos en el pasillo
o en la mesa de la cocina;
los diálogos…monólogos,
las conversaciones… como telegramas
y todo lo que podía ser contestado
con un escaso monosílabo… mejor.
Nos faltó la valentía de afrontarlo,
de reconocer nuestro fracaso
-como pareja, no como personas-
y liberarnos mutuamente
de esa cárcel decorada como una vida feliz,
porque fingir ante los otros lo hicimos bien, pero…
las sonrisas eran sólo para los otros,
el interés era sólo por los otros.
Nos arrastramos demasiados años
por esta relación inquietante,
gélida y enmarañada,
envenenada y asesina.
Fue tu muerte quien puso el punto final
que nosotros no nos atrevimos a poner.