Estuve mucho tiempo esperando un milagro,
o por lo menos un milagrito,
incluso aunque fuese sólo un pequeño favor,
hasta me servía un detalle casi sin importancia,
pero no:
nada.
Los Dioses están sordos
o hacen oídos sordos
o se han vuelto tacaños;
tal vez tendré que denunciarles
por dejación de funciones,
rellenar una hoja de reclamaciones
en la Oficina del Consumidor de Religiones,
o tratar directamente con el demonio
-que tiene fama de generoso en sus tratos-
y olvidarme de ellos.
Estuve tanto tiempo esperando el milagro
que nunca llegó,
que renuncio a la fe,
que despido a la esperanza,
rompo relaciones con el Cielo
y me rindo al abandono.