Y de pronto aparece el vacío.
Un vacío excluyente
que no admite ni el consuelo.
Un vacío donde sólo cabe uno.
Uno mismo.
Un vacío que acapara la tristeza,
que ansía un llanto como compañero.
Un vacío sufriente
que se regodea en su pesar,
en su mundo derruido.
Un vacío triste que oscurece
cualquier cosa agradable.
El mundo deja de importar,
uno se queda en esa pena mustia
que somete al alma.
Y sin fuerzas,
que tal vez sea lo peor.
Sin ganas.
Apagado y aplastado.
Vencido.
Y de pronto,
ese vacío que aparece
arrasa con todo.
Y uno se queda sin él mismo.