A base de tropezar
una y otra vez
en la misma piedra
que habita en todos los caminos,
fue desarrollando un callo sólido,
a prueba de barrenas y bombas,
que sobrevivió a su destino.
Años después,
y mucho después de muerto,
encontraron en el ataúd
el callo incorrupto.
Un esqueleto impecable
con un callo pétreo,
cuyo afán irreductible
era superar al infinito.
El callo de San Cayo.
Francisco de Sales