¡Qué placer reencontrar la mecedora de mi abuela!
Cuando la miro está vacía,
pero si desenfoco la mirada
y hago un esfuerzo nulo,
comienza a balancearse
y balancea la figura invisible
de mi abuela muerta.
Los recuerdos se agolpan en mi memoria.
Sin haber terminado de digerir el primero,
llega el segundo cargado de ternura,
y el tercero, en el que yo soy muy pequeño
y mi abuela gasta las reservas de sus fuerzas
en levantarme hasta la altura
de sus ojos de aguas azules.
Y otro, en el que su regazo iguala al de mi madre.
Y otro, donde me canta con poquita voz de pájaro.
Y otro, que es un derroche de amor y caricias.
Y otro, y otros.
El presente me trae al presente.
Mis ojos sólo ven una mecedora vacía y quieta.
Me siento despacio en ella.
Con cuidado, para no aplastar el pasado.
Empujo hacia atrás y me devuelve hacia adelante.
Repito el empuje, y ella su obstinación.
Poco a poco nos acoplamos a un ritmo.
Pongo mis brazos donde mi abuela descansó los suyos.
Cierro los ojos para no distraer a los sentidos,
y me concentro absolutamente en el balanceo.
Me parece que busco el encuentro con ella.
Espero, y deseo, acompasarme a su latido,
sentir desde su cuerpo pequeño,
probar el amor de su corazón tan grande,
degustar su sonrisa infinita
y sentirme preñado de su esencia.
No ocurre lo imposible.
Así que me levanto,
la miro vacía,
desenfoco la mirada,
hago un esfuerzo nulo,
y comienza a balancearse,
y balancea la figura invisible
de mi abuela muerta.
Francisco de Sales