Juega.
Yo la miro.
Eso no le afecta.
Su mundo es suyo
y no cabe nadie más:
ni las venideras preocupaciones
ni su pequeño pasado.
Está absorta.
No piensa en sus pocos años,
ni en eso a lo que llamamos temer,
ni en el destino o el porvenir.
Sólo juega.
Muñecas y fantasía,
ilusión y disfrute.
Le cambia la ropa a la muñeca,
le habla de comidas
-aunque no tiene boca-
y de ir ya al colegio.
La muñeca calla.
La miro y la envidio.
Tiene más futuro que yo.
Tiene mucho por vivir
y aún no lo sabe.