Extendió la mano, nuevamente, otra vez más,
como un pescador que lanza y espera sin desesperación.
Los minutos comenzaron a acumularse.
La mano extendida pesaba y la conciencia también.
Los pensamientos se convirtieron en acusación
¿por qué estoy aquí?
-en la calle, pordiosero, pidiendo, dando lástima-,
¿cómo he llegado hasta esto?
-“esto” es ser un indigente y vivir en la calle-.
¿Qué ha sido de mí?
Se había desviado mucho del rumbo previsto;
la meta cada día se alejó más,
el futuro se iba haciendo pequeño y triste.
¿Qué me espera?
No entendía su propia pregunta.
¿Dónde está lo bueno?
Silencio.
¿Esto es lo que merezco?
Calló.
Me he aliado con la tristeza,
la depresión me está ganando,
el dolor es mi alimento diario.
Extendió la mano, ya dolida,
nuevamente, otra vez más,
y huyó de su pensamiento diciendo
“que piensen los ricos”.