Desviamos el camino que el destino
había preparado para nosotros.
¡Cuánta insensatez!, pensé.
¡Qué mal se pueden llegar a hacer las cosas!
Mal. Mal. Remal.
El porvenir se presentaba inmejorable
y lo estropeamos.
Del amor al desamor hay un trecho
que recorrimos distanciados,
con los corazones vacíos,
las sonrisas oxidadas,
las ilusiones en estado crítico,
la esperanza desesperada y desesperanzada.
De aquellas declaraciones de amor
-en toda regla y con testigos-
sólo queda un eco difuminado,
una mancha leve,
un aroma extinguido.
Los te amo se convirtieron en pasado.
Fuimos tan inconscientes
que lo rompimos
y no intentamos arreglarlo.
El dolor y la distancia
anidaron en nuestra relación.
Los hados malmetieron
y no nos supimos defender
o no nos quisimos defender
desde nuestro desencanto.
Todo acabó, como era de esperar.
Nuestros caminos se bifurcaron.
Nos dijimos adiós sin palabras,
con miradas frías,
con silencios fríos,
sin amor.
Nada sucedió como habíamos previsto.
El futuro que proyectamos se esfumó
y en su lugar aparecieron dos desiertos.
Tengo el corazón roto, no voy a negarlo.
Estoy sin fe y sin esperanza,
pero sobreviviré.
Supongo.