Lo confieso.
Fui yo.
Yo robé la foto.
Necesitaba tenerte cerca
y no bastaba con la visita semanal
de la mano prieta de mi madre,
la visita que esperaba durante los siete días;
no me bastaba con soñarte,
con recordarte,
con llevarte en la grupa de mi imaginación.
Nada aplacaba mi calentura
y que yo tuviese treinta años menos que tú
no era un inconveniente para mi amor.
Robar tu foto fue mi salvación.
Acariciarla era como acariciarte a ti.
Besarla era como besarte a ti.
Tenía trece años
-edad irrepetible-,
un corazón sin desengaños,
un futuro en el que reinarías tú,
una inocencia aún inmaculada
y mucho amor para mucho amarte.