No estaba acostumbrado
a que mandaran sus sentimientos,
a que le desorganizaran su serenidad,
así que cuando ella apareció
-frugal, hermosa, leve-,
le encontró
desarmado, indefenso, asustado,
casi temblando
y con el miedo del novicio
que se encuentra solo frente al mundo.
Le costó apaciguar sus latidos,
aquietar sus temblores,
reorganizar su desconcierto.
Amar le pareció demasiado arriesgado
pero era una decisión que no le pertenecía.
Amar es cosa de locos, dijo para convencerse,
pero al corazón no le importaba
ni su miedo ni su opinión.
Voy a morir, pensó,
y su corazón,
un gran inconsciente,
sonrió.