Hay días
-todos o casi todos-
en que el desconcierto aparece
y se queda fijado, doliente,
obnubilando otras opciones
que se convierten en opciones imposibles
esperando en el limbo
a que yo deshaga los velos de la tristeza,
que me coma mi porción de mundo,
que me arranque la pena del pecho,
que plante flores en cada una de mis esquinas.
Hay días predestinados al olvido,
sin huellas ni aroma,
días insípidos, sin luz,
marionetas de un destino
que se hizo contra mí;
días que nada añaden a mi historia,
días huérfanos de vida,
días huérfanos de mí.