Y es en la conciencia,
precisamente,
donde el dolor se hace más irreductible,
donde cualquier intento de consuelo
es devuelto con un puñal clavado
donde más duele.
Es ese dolor tan irreparable
que es la funesta toma de consciencia
de que la vida se ha ido
a nuestro pesar,
poco a poco,
dejando un reguero de lágrimas
y un camino de goterones de sangre,
y nos ha dejado indefensos,
ya sin excusas ni razones de consuelo,
en el espinoso Tiempo de los Arrepentimientos,
a manos de una banda de asesinos
que todos asilamos dentro.
Y es ahí,
precisamente,
donde uno no quiere estar
soportándose y soportando
la Inquisición esplendorosa,
el temblor en la boca,
las lágrimas prestas,
los pensamientos agresivos,
el alma en carne viva.
“Se me fue la vida”,
se oye en silencio
y eso recrudece la pena,
aviva la tristeza,
subleva los diablos internos.
No hay perdón para quien no vive su vida,
ni tiene reparación ni consuelo.
No habrá razón que cambie el penar,
no habrá paz aunque lo parezca,
ningún segundo se irá sin venganza.
VIVE, que aún puedes.
VIVE.